Todo comenzó el día que me enteré que Alejandro Palomas, al que conocí una vez más por los mundos
virtuales, venía a Málaga el 3 de diciembre.
Tenía tres amigos, auténticos entusiastas de este autor, que
me animaron de forma unánime a leer sus obras y a conocer al autor.
Como aún tenía tiempo, comencé a indagar y buscar sus obras.
Búsqueda infructuosa, tengo que decirlo. No estaba en la biblioteca, ni en
ninguna de las librerías de los alrededores. Sorprendente...o no.
Teniendo en cuenta como está el patio, los títulos que se
pueden encontrar son siempre los mismos, y poco acordes en muchos casos, con
mis gustos.
Eso sí, me documenté y leí sobre sus obras, y mi objetivo,
conocerlo en persona. No todos los días se tiene una oportunidad así.
Lo de hacer planes en mi caso es una odisea, soy la
excepción que confirma las reglas y cada vez que de mi boca sale la palabra
plan, automáticamente, hay una ley universal que se pone en movimiento para que
esos planes no se lleven a cabo. Y ocurrió...dos días completos de unas cosas y
otras que me iban alejando de mi objetivo; pero no, en esta ocasión mi cabeza y
mis ganas fueron más fuertes.
Otra vez desembarqué en Málaga con una tonelada de ilusión
bajo el brazo.
Había bastante gente en la puerta, y muerta de vergüenza me
introduje en la sala...
Y allí estaba Alejandro, alto, impresionante, con un gesto
de timidez y alegría, mientras recibía a sus invitados.
Lo miré y sonrió, porque ya se había conchabado con una
amiga, Marina Collazo, y ya sabía quién era yo, cuando tímidamente le dije, que
yo era Mari. Me envolvió en uno de sus grandes abrazos en el que me sentí
tremendamente reconfortada, y me dio un regalo que nunca olvidaré.
Ponerle palabras a la felicidad es más complicado que a la
tristeza, y a mí me faltan para poder explicar todas las sensaciones que
recorrieron mi ser, hasta transformarse en una gigantesca sonrisa, que ya no me
abandonó en toda la noche.
Y comenzó el acto. Lo presentaba un joven periodista del que
no recuerdo su nombre, tan solo que se había leído el libro, se había reído mucho
y le había encantado. Alejandro tomó la palabra y comenzó a contarnos el como,
cuando y porqué de Una madre. Cual
fue el detonante que le hizo querer presentarle al mundo a Amalia, entre risas, y alguna
lágrima por mi parte, viví en carne propia lo que él contaba, porque él era yo,
y tenía los mismos sentimientos que yo, hacia ese pilar en medio de la nada,
esa isla en la que recalar cuando el miedo y la soledad gritan.
Nos habló de él, de lo que había luchado hasta llegar a
donde se encuentra, y lo agradecido que sentía, de que con el libro y su
promoción había llegado a un punto en el cual se hizo consciente de lo
importante que era para él su familia, su existencia y su pertenencia.
Y con sus palabras, sus gestos, su actitud, me di cuenta de
que no solo era un gran escritor, era demás fantástica persona, que me había
abducido con su generosidad y simpatía, su frescura, su timidez y su fragilidad.
Los minutos se hicieron segundos y mi ansiedad por conocerlo
como escritor se iba acrecentando por momentos.
Y ocurrió...llegó mi turno para acercarme a él y llevar a
cabo el momento fan, que era hacerme una foto con él, y tras envolverme en otro
de esos inmensos abrazos, tengo la instantánea, que en este caso hace bueno el
dicho, de más vale una imagen que mil palabras.
Con ese calor y la delicia de sus dedicatorias, volví a casa
y he seguido su periplo por Andalucía.
Y hoy poco después de leer sus poemas, he leído que vuelve a
casa añorando un abrazo de su madre, que estoy segura le dará con todo el amor
del mundo, ese que él es capaz de transmitir con sus palabras y sus abrazos.
Gracias Alejandro por hacerme tan feliz aquella tarde, por
esa sonrisa que vuelve cada vez que recuerdo tus palabras.
Gracias a esos amigos que tanto me insistieron para que me
desplazara a conocerlo, Marina Collazo, un volvoreta revoltosa e inquieta que
intrigó para darme una sorpresa, Gabriel Neila, y Gabriel Aura, escritores
rendidos ante otro gran autor.
Saludos y nos vamos leyendo.